Entendemos la política cultural como todas aquellas
acciones que realizan los organismos públicos, pero no solo estos, sino que
también toman voz aquí las acciones que llevan a cargo un grupo de individuos o
colectivo en los asuntos públicos.Como definición más completa añadimos la realizada por Carles Monclús: “Conjunto estructurado de
acciones y prácticas sociales conscientes y deliberadas, (o ausencia de ellas),
de los organismos públicos, (pero también de otros agentes sociales y culturales)
en la cultura, entendida básicamente y de manera restringida como sector de
actividades culturales y artísticas, pero también de manera indirecta y extensa
como universo simbólico compartido por la comunidad.”
La política cultural
actúa en ámbitos de intervención como son el patrimonio, las artes y la
comunicación.
Desde los organismos
públicos no es obligado por ley, que exista una política cultural, como dato
que nos llamo la atención, solo se les pide a los ayuntamientos con más de
5.ooo habitantes que haya una biblioteca municipal. Pero a pesar de que no se le obliga a la
mayoría de organismos públicos les conviene, ya que fomenta el turismo y mueve
la economía, es un medio para transmitir su ideología, es más económica que
otros proyectos, etc.
Cuando la política
cultural no aparece en los organismos públicos, cuando su acción social es muy
baja, es la sociedad civil quien se encarga de poner en marcha propuestas,
acordes con sus expectativas.
Las dos grandes
tendencias en la política cultural son la democratización de la cultura y la
democracia cultural. La primera de ellas
se define como aquella que facilita el acceso a las
actividades culturales a todos los ciudadanos y ciudadanas, organizadas por los
organismos públicos, es decir desde arriba. Aquí los ciudadanos son pasivos, ya
que se limitan a acceder a lo que ofertan los organismos públicos. En cambio, a diferencia de esta primera la
democracia cultural lo que pretende es potenciar que los ciudadanos participen
activamente en propio proceso cultural,
que sean ellos mismos quien decidan qué hacer y cómo, que oferten
actividades culturales donde se valoran más los procesos que los productos, a
la vez que la repercusión social y la mejora de la calidad de vida.
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